VÍCTOR GONZÁLEZ, CRISTINA CAMILLERI, LILIANNE RODRIGO Y JAUME PALOMAR. Comprar unas bambas de marca es caro. Y un móvil o un sillón para el salón de casa también. Y ya ni hablamos de planificar un viaje o apuntarse a una academia para aprender inglés. Vivir más o menos bien ahora mismo es difícil y caro.

Al menos para la clase media, lo es.La economía no va bien y la capacidad de consumo es bastante limitada. De hecho, mucha  gente no se puede permitir comprar cosas como unas simples bambas. Bienes que aunque no sean de primera necesidad, al fin y al cabo, también hacen falta.  Es por este motivo, que desde hace unos años se ha empezado a apostar por el intercambio y a recuperar la antigua forma de consumo conocida como trueque. De esta manera, puedes cambiar una chaqueta que ya no te pongas por las bambas que tanto deseabas o un microondas por un sillón para el salón  o dar clases de francés a cambio de clases de inglés. Incluso puedes llegar a compartir coche para ahorrarte el billete de avión o de tren. Y ahora además, realizar este tipo de intercambio es mucho más fácil gracias a las nuevas tecnologías y sobre todo, gracias a Internet. Esto es lo que actualmente llamamos economía compartida.

La economía colaborativa, así como también el consumo colaborativo ha ido ganando especial importancia a raíz del estallido de la crisis econòmica. El marco económico precario en el que nos vimos avocados agudizaron el ingenio de un gran número de consumidores que, debido a la necesidad de ahorro, apostaron por una nueva forma de comprar y vender bienes y servicios orientada al intercambio de los mismos. Pero este modelo de consumo no es para nada nuevo ya que en realidad lleva existiendo desde prácticamente los inicios de la civilización.

Es lo que conocemos como  trueque, un sistema de intercambio en el que no hay dinero de por medio en la transacción. En este sentido el poder de negociación de los intermediarios cobra una importancia relevante puesto que no siempre pueden salir ganando las dos partes.

Hoy en día, gracias a las nuevas tecnologías, esto que antes llamábamos trueque ha podido evolucionar a lo que conocemos como consumo colaborativo y se ha podido aplicar a diferentes sectores de la economía. Un buen ejemplo sería el sector del transporte, donde han aparecido diversos servicios para compartir coche, como BlaBlaCar, Amovens o Socialcar, al cual haremos referencia más adelante. Los sistemas de bicicleta compartida como el servicio de Bicing de Barcelona también han ganado muchos adeptos  hasta tal punto de propiciar la creación de más carriles bici en las ciudades, generando cambios sustanciales en la movilidad de las grandes ciudades. Intercambiar objetos que ya no utilices a través de plataformas web también se ha vuelto una práctica muy común y una manera muy eficiente de dar una segunda vida a los bienes. Etruekko o Wallapop serían buenos ejemplos de plataformas que ofrecen este tipo de servicio. Pero este modelo de intercambio de bienes también se puede aplicar en el campo del conocimiento. Puedes aprender idiomas dando clases particulares con un nativo y a cambio tú le puedes enseñar español, esta es una práctica que también se ha vuelto muy habitual sobre todo en las redes sociales donde puedes contactar fácilmente con grupos de personas con los mismos intereses.

consum-colaboratiu3-300x228Como se puede observar en este nuevo sistema económico, la manera tradicional de compartir, intercambiar, prestar, alquilar y regalar se ve totalmente rediseñada por las tecnologías de la información y la comunicación, que son los canales básicos utilizados por los usuarios. Del mismo modo, las plataformas de Internet han facilitado este intercambio de información y han ido surgiendo nuevos modelos de negocio que implican la utilización de recursos comunes. Esta nueva economía, que surgió alrededor del sector del software y las enciclopedias comunes, está ampliándose rápidamente en el ámbito de la información, el alojamiento, las divisas o el transporte. Pero paralelamente también están surgiendo modelos híbridos que emplean por una parte recursos comunes y, por otra, recursos privatizados. Por este motivo, aparece un debate sobre qué casos son economía colaborativa y qué casos representan una irrupción por parte de las grandes corporaciones en esta nueva economía, que pretende ser colaborativa y, por ende, social.

Una economía de valor social

La economía colaborativa va más allá de la búsqueda de beneficios económicos y pone su finalidad como servicio para los ciudadanos por encima del lucro. Así, nos encontramos con un nuevo modelo de empresa que ofrece un producto o servicio de forma sostenible en términos medioambientales y sociales. Esta nueva modalidad de empresa, está ligada con la economía cooperativa, social y solidaria. Tal y como afirman en la “Declaración procomuns y propuestas de políticas para la economía colaborativa procomún”, un documento de Dominio Público elaborado en las Jornadas de Economias Colaborativas Procomunes, la economía colaborativa es aquella que “(…) incluye principios de equidad y de justicia en el desarrollo y en la distribución del trabajo, centrándose en el bienestar de las personas y en la gobernanza de la comunidad”.

La clave de esta nueva economía es su nuevo horizonte: una colaboración orientada a cubrir las necesidades de la población. Este nuevo objetivo implica a su vez nuevos valores que podrían inducir a la consolidación de un renovado sistema económico, mucho más social. Las nuevas tecnologías de la información, como ya se ha mencionado, han facilitado esta colaboración agilizando la comunicación entre personas. Por tanto, nos encontramos con nuevas oportunidades que podrían resultar beneficiosos para cada individuo y para la humanidad. Los expertos en esta nueva economía coinciden todos con el mismo argumento: para que este nuevo modelo económico tenga éxito, hemos de delimitar el concepto de “economía colaborativa”, puesto que sólo aquellas modalidades de empresa que sigan ciertos valores están dentro de esta categoría.

Ernest Pons, técnico de economía cooperativa, social y solidaria (de la dirección ejecutiva de otras economías y proximidad) de Barcelona Activa (la Gerencia de Ocupación, Empresa y Turismo del Ayuntamiento de Barcelona), define esta economía como “experiencias de negocio cuyo objetivo es satisfacer las necesidades de forma colectiva a partir de la autoorganización”. Por lo tanto, son iniciativas empresariales que implican la colaboración y otros modelos de negocio.

Por su lado, Enric Senabre, investigador del IN3 de la UOC, lo resume de la siguiente manera: “donde el ciudadano colabora y, sobretodo si lo hace con medios tecnológicos, creemos que es economía colaborativa”. Esto es una definición muy amplia que deja lugar a ambigüedades y actualmente, hay una serie de plataformas cibernéticas que permiten a los ciudadanos organizarse y crear una economía basada en la colaboración. ¿Son todo esto ejemplos de economías colaborativas? Según Enric Senabre, “la pregunta es cuáles y cuántas de estas economías se parecen o son diferentes en algunos puntos”.

Una nueva mentalidad, un nuevo mundo  

economia-colaborativaEsta nueva economía se caracteriza por su nueva mentalidad de colaboración y beneficio mútuo. Podríamos considerar la aparición de un tercer modelo productivo, el modelo procomún, del cual hablaron en las Jornadas de Economias Colaborativas Procomunes. Según Enric Sabre, este término, “procomún”, significa “para el bien común”, es decir, que “tiene que ver con unos valores y una transparencia, con seguir unos modelos de gobernanza equitativos”. Esta nueva forma de producir se rige bajo principios de participación y toma conjunta de decisiones. Los servicios y recursos que ofrecen son de propiedad colectiva.

La economía colaborativa puede ser muy beneficiosa para nuestra sociedad porque intenta ser un sistema económico respetuoso socialmente y con la naturaleza. Además, sus valores sociales y de colaboración pueden favorecer a que las personas adoptemos estos mismos valores en nuestro día a día, aumentando la solidaridad y la empatía entre personas. Otro punto interesante es que, citando la Declaración procomuns y propuestas de políticas para la economía colaborativa procomún:  “rompe el binomio Estado­-Mercado como los dos únicos modelos de organización para cubrir las necesidades de la población”.

Según Nielsen, una empresa que se encarga de estudiar a consumidores de 47 mercados en más de 100 païses en todo el mundo, elaboró un estudio donde determinó que el 53% de los españoles estarían dispuestos a compartir o alquilar bienes en un contexto de consumo colaborativo, lo que coloca a España en la cabeza de los païses de la Unión Europea con mayor potencial de crecimiento de la economía colaborativa, teniendo en cuenta que la media europea es del 44%.

La Organizaión de Consumidores y usuarios (OCU) también hizo recientemente un estudio llamado “Colaboración o negocio. Consumo colaborativo: del valor para el usuario a una sociedad con valores” sobre la situación de la economía colaborativa en nuestro país. Se trata del primer estudio que aborda la economía colaborativa desde un enfoque completo, atendiendo no sólo al valor para el usuario, sino también analizando el fenómeno desde una perspectiva legal y social. Se trata de un trabajo muy ambicioso donde se ha hecho una encuesta a 8.500 usuarios de este modelo de consumo de cuatro païses europeos (España, Italia, Belgica y Portugal), se ha hecho un análisis legal de 70 plataformas de consumo colaborativo, así como un análisis social de 70 plataformas de consumo colaborativo, llegando a unas conclusiones muy reveladoras sobre este nuevo modelo económico. En dicho estudio, la OCU revela que para ahorrar, la opción preferida de los españoles es el alquiler de productos de segunda mano, el estudio también afirma que tres de cada cuatro españoles ha alquilado alguna vez artículos de segunda mano a través de plataformas como Relendo.

En las encuestas que ha realizado esta organización, han logrado pulsar la opinión que tienen los usuarios así como su conocimiento y la experiencia que han tenido con el consumo colaborativo, llegando a unas conclusiones muy positivas para el sector. Más del 70% de los encuestados ha participado alguna vez en una actividad de consumo colaborativo entre particulares, además el nivel de satisfacción de estos usuarios respecto a las plataformas que han probado es elevado, con notas medias por encima del 8 sobre 10.  Sobre los motivos por los cuales las usuarios han empezado a utilizar estas plataformas, encontramos mayormente razones económicas (ahorrar o ganar dinero) o prácticas (flexibilidad de horarios, facilidad de uso, etc). Por otro lado, los posibles problemas que pueden encontrar los usuarios con estas plataformas son escasos y no de excesiva gravedad, la mayoría tienen que ver con retrasos, falta de limpieza del coche o del alojamiento. Esto demuestra que los sistemas de reputación virtual están funcionando muy bien, y es un valor positivo para la economía colaborativa.

Las empresas de esta nueva economía

Barcelona y Cataluña son un referente en economía colaborativa, tal y como resalta Enric Sabre, y en el encuentro internacional de las Jornadas X encontramos gente de la “Viquipèdia Catalana”, que es un referente a nivel internacional. También hay personas de “Tifinec”, un proyecto de telecomunicaciones libres, reconocido a nivel europeo, o de “Goteo”, una plataforma de micromercenaje que trabaja en proyectos de impacto social. Por lo tanto, en Cataluña encontramos muchos ejemplos de negocios que siguen el modelo de la economía colaborativa. Según la plataforma Relendo, una empresa que permita el alquiler de productos entre personas que se encuentran en la misma zona, cuatro de cada diez empresas españolas de consumo colaborativo están afincadas en Cataluña. Entre las empresas más conocidas, encontramos Zank, una plataforma que facilita el préstamo entre particulares, Letmespace, con sede en Barcelona, que permite buscar y compartir guardamuebles de todo tipo entre personas, Nautal, para el alquiler de barcos entre particulares, o Trip4Real, una comunidad online para viajar acompañado de guías locales que mejoren la experiencia del viaje.  

Una de las empresas más conocidas es sin duda Socialcar, se trata de una plataforma para el alquiler de vehículos entre particulares. Actualmente, la plataforma cuenta con más de 30.000 usuarios, 25.000 conductores y 5.000 propietarios. Alfredo, el responsable de comunicación de Socialcar, nos ha comentado las características de este proyecto y cuáles fueron sus referentes cuando empezaron. “Esta es una iniciativa pionera en España así que no teníamos ningún referente. Blablacar o Amovens son plataformas para compartir viaje pero no tiene nada que ver con Social Car. En esos casos, compartes el trayecto pero no dejas tu coche a otra persona. Al no existir este modelo de servicio, no existía tampoco ningún producto de seguro que cubriera esta situación. Entonces, nos pusimos manos a la obra.” Socialcar no tiene problemas en decir que su plataforma es un producto más de la llamada economía colaborativa. “Creemos  que Social Car aporta un beneficio social porque se participa de la economía doméstica, aportando un extra a las casas. Además hay una interacción personal que, en ocasiones, incluso implica nuevas amistades, conocer a tus vecinos, y sobre todo, permitir el acceso al uso de bienes que no se están utilizando. Y, a nivel sostenible, creemos que de esta forma se da un uso más racional y óptimo al medio de transporte privado ya que cuando el propietario se había acostumbrado a coger el coche para ir a comprar el pan, ahora racionaliza y piensa, si lo puedo alquilar mejor” nos comentan.

Sobre el tipo de usuario que usa este servicio, comentan que se trata de un público muy heterogéneo, que va desde los 19 años hasta personas mayores de 70. Por tanto, se trata de una plataforma que abarca un sector muy amplio de la sociedad, tanto a hombres como mujeres y de un nivel socioeconómico medio alto. La plataforma tiene éxito tanto en el medio rural como en el urbano, pero lógicamente es más numeroso en las ciudades debido a la densidad de población. Socialcar es el claro ejemplo de una plataforma que aboga por el consumo colaborativo que ha llegado a todos los estratos de la sociedad, consiguiendo una transversalidad que ha sido la base de su éxito. En cuanto al papel que tienen las nuevas tecnologías, Socialcar es un buen ejemplo de la importancia que tienen para consolidar su éxito. Sobre este tema, Alfredo  comenta: “La sede de Social Car la tenemos en Barcelona pero, a través de la plataforma online, se puede ejecutar cualquier acción: el registro, la reserva, descargar las facturas… todo es online. El servicio de atención al usuario y la gestión se realizan desde la oficina de Barcelona pero operamos a través de mail, chats, teléfono, redes sociales… atendiendo a todos los usuarios allí donde estén”.

El estudio al que ya hemos hecho referencia de OCU, en las encuestas realizadas también han podido contabilizar cuáles son las plataformas más exitosas en el sector de la economía colaborativa, así como el grado de satisfacción de las mismas. En el ámbito del transporte la que más usuarios agrupa es BlaBlaCar, con una nota media de 7,8 de 10. En el sector del alojamiento, la más exitosa es Airbnb, con una puntuación de 8. En redistribución y mercados de segunda mano, las más mencionadas son Milanuncios (8,3), Segundamano (7,6), eBay (7,9) y Wallapop (7,8). La conclusión a la que podemos llegar según los datos que nos facilita la OCU, es que, independientemente de la plataforma que se use, el grado de satisfacción de los usuarios es bastante elevado, lo que demuestra que no solo ofrecen un servicio novedoso, sino además de calidad, capaces de fidelizar a un público que es nuevo en este sector. Como ya hemos dicho, en esta nueva forma de consumo las nuevas tecnologías tiene un papel crucial, y en ese sentido, las aplicaciones móvil han sido sin duda las que más han contribuido al surgimiento de estas nuevas plataformas. Así entonces, podemos afirmar que la producción colaborativa está creciendo rápidamente y abriéndose paso en nuevos sectores.

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El apoyo de las instituciones

Enric Senabre, investigador del IN3 de la UOC, asegura que “las instituciones tienen un papel clave, tanto a nivel municipal como a nivel estatal e internacional”. Así entonces, existe un debate abierto sobre los parámetros legales que rigen la economía colaborativa y cómo se podrían mejorar las condiciones de este nuevo modelo de negocio. Para lograr este objetivo, las instituciones son cruciales, de hecho en la “Declaración procomuns y propuestas de políticas para la economía colaborativa procomún” de las Jornadas de Economía Colaborativa, las primera de entre las más de 120 propuestas generadas es la “Mejora de regulaciones para la economía colaborativa procomún: estudiar nuevas formas de legislación sobre los sujetos jurídicos/económicos, más allá de modelos multinacionales de lucro, que antepongan la gobernanza participativa, la misión social y/o la sostenibilidad medioambiental”.

Estas Jornadas de Economías Colaborativas Procomunes es un buen ejemplo de que la economía colaborativa está abriéndose paso en el mercado con nuevos horizontes y una nueva modalidad de negocio. Es por eso que, tal y como expresa Enric Senabre, estas jornadas son un intento de abrir un “proceso de formulación de recomendaciones a nivel municipal y europeo, que deberían llegar a las instituciones con tal de armonizar este movimiento”. Y quizás logren tener resonancia en las instituciones puesto que el directorio de economía colaborativa procomún llegó a identificar 1.300 iniciativas en Cataluña y 400 europeas. Participaron 300 personas de 32 países y, contrariamente a lo que tristemente suele ocurrir en los eventos económicos, la participación fue de un 45% mujeres y 55% hombres. El objetivo es hacer un trabajo colaborativo de filtración de las propuestas de los participantes para hacer una petición y incorporarlas a nivel legislativo.

Volviendo a la empresa Socialcar, Alfredo nos ha afirmado que han trabajado para obtener el máximo apoyo de las instituciones, aunque ellos se consideran una entidad privada de capital privado. Piensan que las instituciones públicas pueden ofrecerles la difusión necesaria, ya que eso aporta confianza al ciudadano y ayuda a dar a conocer el proyecto al conjunto de la sociedad. Socialcar se ha presentado a varias candidaturas como proyecto innovador, sostenible y de movilidad. También nos cuentan que han participado en el Plan Avanza y que han obtenido un reconocimiento especial en el Smart City Congress, un congreso que se celebra alrededor del mundo donde se dan a conocer los proyectos más pioneros y las iniciativas más innovadoras de todo el mundo que tengan como objetivo hacer de las ciudades lugares más habitables, sostenibles y viables económicamente.

Según el estudio mencionado anteriormente de la OCU, “Colaboración o negocio. Consumo colaborativo: del valor para el usuario a una sociedad con valores”, en el campo legislativo y de las administraciones públicas, las actividades de consumo colaborativo ya se están realizando en entornos seguros y, en ese sentido, no hace falta la aplicación de más burocracia ni reglamentos adicionales, sino establecer una serie de principios básicos que se amolden a la nueva realidad. Entre sus propuestas, la OCU plantea que las instituciones públicas deberán vigilar y promover un entorno competitivo para evitar la creación de oligopolios en el consumo colaborativo. Plantean la necesidad de aclarar las funciones y las responsabilidades de las plataformas ya que “los usuarios merecen tener una legislación clara que especifique la responsabilidad cuando se producen conflictos”.

También ven necesario que los legisladores definan los parámetros que distingan a una actividad profesional de una actividad privada y afirman que “el consumo colaborativo no debe ser asfixiado por un exceso de regulación”, considerando que las relaciones saldrían beneficiadas si se desregulan y simplifican. Del mismo modo, el estudio considera que “los legisladores deben reconocer al “prosumidor” como un nuevo tipo de actor económico y definir reglas simples que delimiten las obligaciones tributarias y administrativas.” Por último, la OCU también pone de relieve que los legisladores deben garantizar el derecho a la innovación tecnológica, incluso si la innovación supone un reto a la forma tradicional de hacer negocios:  “La legislación actual debe ser revisada para dar cabida a las mejoras que son posibles gracias a la tecnología”.

Aún no está claro qué políticas serían más favorables para la producción y beneficiosas a nivel social y cuál es el papel de las administraciones públicas. Pero podemos afirmar que las instituciones tienen un papel clave en el desarrollo de esta economía, tanto es así que se está presionando para llevar a debate políticas públicas. Por ejemplo, ha surgido la idea de crear un Hub de coordinación de ciudades para plantear las propuestas de políticas públicas periódicamente. Esto puede ser un punto de controversia, puesto que la intervención del Estado puede no favorecer a esta nueva economía, que se caracteriza en parte por intentar romper el biomio Estado-Mercado. Pero sin el apoyo legislativo quizás se limite la evolución de la economía colaborativa que ha abierto nuevas vías de producción, gestión y distribución y tiene modelos de gobernanza descentralizados.

 

“Free and real”, un ejemplo práctico llevado al extremo

Lejos del apoyo de las instituciones para la economía colaborativa o la práctica de la misma en sectores concretos, también podemos encontrar ejemplos de este tipo de economía en términos totales, en el global de la vida de un grupo de personas. Es decir, llevar la economía colaborativa al extremo.

Hoy en día, en países de nuestras características y en el contexto capitalista actual, parece imposible, pero hay ejemplos de grupos sociales que viven en un entorno económico colaborativo y autosuficiente, totalmente apartados del orden económico mundial.

telaithrion-full-viewEs el caso del proyecto de la ONG “Free and real”, una comunidad rural autosostenible asentada en el norte de la isla griega de Evia, en un entorno natural cerca del pueblo de Agios. El proyecto tiene su origen en la iniciativa de cinco universitarios griegos que se conocieron en 2008 y pusieron en marcha, tres años después, un comunidad basada en economía colaborativa y autosuficiente. Una comunidad aislada de la economía capitalista, para lo malo, pero también para lo bueno: “las medidas de austeridad que está sufriendo Grecia a nosotros no nos afectan, porque nosotros creamos nuestra vida y nuestro futuro día a día”, explica Apostolos Sianos, uno de los cinco universitarios. Otro de los componentes del proyecto, Panagiotis Kantas, destaca que “solo tratamos de ser el cambio que queremos ser, en vez de esperar que un gobierno haga el cambio por mi”.

Viven en carpas de lona, situadas alrededor de los campos en los que cultivan alimentos vegetales. También se alimentan de los frutos que dan los árboles por la zona, siguiendo, de esta forma, una dieta vegetariana. Pero el alimento que les aporta la naturaleza no es suficiente y ahí es donde entra en juega la economía colaborativa. Los componentes de la comunidad ofrecen los productos que cultivan y otros servicios inmateriales a la gente del pueblo más cercano, Agios, a cambio de los productos que no pueden generar por ellos mismos, pero que necesitan para su supervivencia.

De hecho, los terrenos en los que está asentada la comunidad eran de un vecino de Agios, que se los cedió sin nada a cambio porque los tenía abandonados. El “poblado” en concreto recibe más de 100 visitantes al año interesados en cooperar y convivir con ellos durante días, semanas o incluso meses y aprender de la experiencia de una forma de vida diferente, también económicamente: «Primero estuve un fin de semana, la segunda vez fueron dos semanas y la última ya me quedé 3 meses, es otra forma de vida a la que conocemos». Este es el testimonio de Anna, habitante de un pueblo cercano que ha convivido con la comunidad en diversas ocasiones

Para seguir creciendo con el proyecto “Free and real”, los componentes de la comunidad pusieron en marcha en 2013 un crowdfunding para recaudar fondos, otra forma más de economía colaborativa que usa esta comunidad. Además, también hay diversas empresas que han decido ayudarles, no solo económicamente, sino también aportándoles material que necesiten, como por ejemplo material eléctrico.

Podríamos considerar este tipo de comunidades como la esencia de la economía colaborativa, aunque su gran dificultad es el crecimiento y la expansión de la misma en territorios y poblaciones mayores y menos aislados. Aún así, es uno de los ejemplos más extremos y amplios que podemos encontrar en este tipo de economía. Un ejemplo que nos traslada a la raíz y a los orígenes de la economía colaborativa.

 

Una mirada más crítica

Esta economía colaborativa también tiene repercusiones negativas para el sistema económico y para algunos actores que participan en él. En primer lugar, la aparición de este nuevo modelo de negocio ha sido paralela a la aparición de modelos híbridos que se han aprovechado de estos nuevas lógicas de organización y estos valores que atraen a los clientes. Por lo tanto, existen empresas que se están aprovechando de la economía colaborativa para lucrarse y que siguen un modelo similar pero con aspectos privatizados. Así entonces, las personas no pueden intervenir en las decisiones, no tienen un modelo descentralizado que permita una colaboración a nivel real. Este es el caso de corporaciones multinacionales como Uber o Aribnb. De hecho, Enric Senabre afirma que “hay sectores y áreas a nivel urbano que están muy afectadas por algún tipo de abuso con el uso de las tecnologías y la manca de la regulación”.

La industria turística es una de las más afectadas. Como asegura la Escuela de Organización Industrial “la mayoría de los sectores que rodea el ámbito turístico se ven afectados por esta nueva práctica. Ya sea el transporte por carretera, el alojamiento, las experiencias en el destino o incluso la restauración”.

Pero no solo el sector del turismo está saliendo perjudicado, sino también, hay  personas que ven peligrar su ámbito de trabajo o que simplemente no están a favor de esta “nueva” forma de consumo. Es el caso del taxista barcelonés, Martín, quien nos confiesa: “A mí de momento no me afecta. A diferencia del taxi, BlaBlaCar se utiliza normalmente para realizar viajes largos. Pero quien sabe lo que puede pasar en un futuro”. Y continúa dándonos su opinión: “De todas maneras, no me parece bien el uso del trueque. La gente realiza servicios sin pagar impuestos y se aprovechan los uno de los otros. No estoy de acuerdo con que estén realizando servicios sin estar sujetos a IVA. ¿Qué pasaría si todos hiciéramos eso?”.

Estados Unidos es uno de los países o el país donde más se práctica este tipo de economía. Pero mayoritariamente, se ejerce el lado que  promueven las empresas cuyo interés es sacar tajada. De hecho, tal como publica la web marketingdigital, 45 millones de estadounidenses han trabajado en compañías de economía compartida y alrededor de 86 millones han disfrutado de los servicios que proporciona esta. Un modelo que apunta hacia una tendencia globalizadora de la que gente como Martín está en contra: “El modelo de Estados Unidos está muy bien para destrozar a la clase media y hacer a los ricos más ricos y a los pobres aún más pobres. Estamos volviendo al estado feudal”, “Me gustaría ver si me dejarían ponerme a hacer una barbacoa y vender hamburguesas delante de un Mcdonald’s a modo de economía compartida”.
Otra mirada crítica pero no del todo negativa es la del economista y catedrático de ‘Estructura Económica’ en la Universidad Ramon Llull, Santiago Niño Becerra, quien resalta tanto los puntos fuertes como los flojos de este nuevo modelo de consumo. Pero antes, modifica el concepto de economía colaborativa por el de economía compartida puesto que según él, en ninguno de los casos conocidos se colabora ya que hay prestación de un servicio a cambio de una contrapartida dineraria.

beceEl lado más ambiguo que ve Becerra a la economía colaborativa es el provecho que  los poderes fácticos sacan de ella y la regulación de la que aún escasea. En concreto nos comenta: “a los poderes fácticos les va muy bien la ‘economía colaborativa’ puesto que pueden ocuparse horas de personas desempleadas o viviendas desocupadas, a cambio de una ‘renta’, lo que aumenta los ingresos de sus perceptores. Claro, invade ámbitos legales, pero eso es porque no se reguló de entrada”. Y continúa: “a la vez, también conviene a tales poderes porque abarata los precios, cosa muy interesante en un escenario de rentas menguantes”. Por otro lado, asegura que al margen del tema legal y la ética, tiene un aspecto bastante positivo y es que “puede tomar eficientes bienes que no lo eran: autos subtitulados, viviendas vacías…”. Finalmente, y como es propio de su persona, establece una predicción futura para esta economía: “pienso que el fenómeno claramente va a más, sobre todo porque existe un exceso de todo… y la ‘economía colaborativa’ le puede dar un uso a eso que sobra”.

No solamente Becerra mantiene una posición intermedia, el cuerpo técnico de la Comisión Nacional de Mercados y la Competencia también se encuentra dividido entre los defensores y opositores de la economía colaborativa. La situación es compleja, puesto que tienen que encontrar la manera de regular este tipo de servicios y a su vez, lidiar con los sectores más afectados por el boom de plataformas como Airbnb o Uber. Y es que además, a este organismo politizado y formado principalmente por miembros del Partido Popular, le afecta la polémica. Y es que el PP ha sido, a primera vista, quien más ha apoyado el sector del taxi puesto que de cara a las elecciones  no le interesa tenerlo en su contra. Sin embargo, al consejo de la CNMC le ha costado poco llegar a una serie de acuerdos sobre la economía colaborativa: el supervisor ha recurrido a las normativas del taxi de Málaga y Córdoba, a la legislación de la Comunidad de Madrid sobre el alquiler turístico y ha paralizado la regulación de Canarias sobre alojamientos turísticos. Y aún queda un largo debate sobre el tema y más, después de la publicación del famoso “Informe”, un documento donde se incluyen una serie de conclusiones preliminares sobre la economía colaborativa. Unas conclusiones que dejan entrever el proclive del nuevo negocio, la desregularización del transporte y del alquiler turístico y la eliminación de las barreras para la expansión de la economía colaborativa. Y sobre todo, unas conclusiones que agudizan la confrontación interna de la comisión.

 

Retos de futuro


Por el momento, solo unas pocas organizaciones han hecho un estudio lo suficientemente profundo del sector como para plantear una serie de sugerencias de cara a mejorar los servicios de consumo colaborativo. Volviendo al informe
“Colaboración o negocio. Consumo colaborativo: del valor para el usuario a una sociedad con valores” la OCU plantea, a partir de sus resultados del análisi legal y social de las plataformas trabajadas, algunas recomendaciones que pretenden no solo asegurar que los usuarios están adecuadamente protegidos al hacer transacciones a través de estas plataformas sino también pueden mejorar la calidad de las relaciones entre los usuarios y el servicio de las plataformas. Entre las recomendaciones más destacadas, la OCU plantea que las plataformas deberían crear un entorno seguro en el cual los usuarios puedan interaccionar sin problemas y establecer unas reglas de uso fáciles de comprender y muy visibles para los usuarios.

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También plantean la necesidad de comprobar que los proveedores disponen de los seguros adecuados para la actividad que ofrecen. Este hecho va relacionado sobretodo con las plataformas que se dedican al transporte, ya que éstos deberían asegurarse de que los conductores disponen de un seguro apropiado, ya que las pólizas normales podrían no cubrir esa actividad. Del mismo modo, las plataformas dedicadas al alojamiento deberían proporcionar un seguro que cubra los daños de propiedad. También el estudio insiste en la necesidad de mejorar la protección del consumidor, ya que con mucha frecuencia, éstos no reciben información sobre la plataforma que están usando, la actividad en la que participan y sus derechos básicos. Otra recomendación importante que realizan es la de desarrollar filtros adecuados para que los consumidores tengan siempre claro el estatus legal del proveedor con el que están tratando, ya que la legislación que se aplica a cada transacción depende de si el proveedor es una empresa o un particular. Por último, la OCU plantea la necesidad de más transparencia por parte de las plataformas para de esta manera poder evaluar el verdadero impacto económico, social y medioambiental de sus servicios: “La transparencia y la información detallada es la única forma de resolver la actual falta de evidencias sobre el impacto del consumo colaborativo”.

La economía colaborativa puede ser beneficiosa y está en pleno desarrollo, pero sigue siendo un concepto abstracto que deja paso a ambigüedades y empresas que pueden aprovecharse de este nuevo modelo sin seguir los valores sociales que conlleva. Así entonces, es necesario visibilizar las empresas colaborativas y definir los valores que deben seguir y su organización. Para ello hay que resaltar la relevancia de esta producción a nivel internacional y abrir un debate sobre el modelo a seguir y el papel de las administraciones e instituciones.